por Hugo E. Grimaldi
Tras alabar la velocidad de los cambios puestos en marcha para que la Argentina se aleje lo más que pueda del populismo vigente hasta diciembre pasado, cabeza de playa de un viraje regional que los Estados Unidos esperan desde aquella Cumbre de Mar del Plata en 2005, cuando entre Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva no sólo abortaron el eventual relanzamiento del ALCA sino que destrataron a George W. Bush, acaba de pasar como un ventarrón “inspiracional” por el país el presidente Barack Obama.
Con esa presencia y sus dichos de alabanza hacia el nuevo gobierno ha quedado ratificado explícitamente el cambio de paradigma que impulsa Mauricio Macri para salir del esquema de amor extremo por el Estado y de cerrazón al mundo para “vivir con lo nuestro” que había instaurado el kirchnerismo. La noticia menos favorable para el actual gobierno argentino es que la apuesta tiene ahora un padrino que durará apenas diez meses más en su cargo.
Desde lo práctico, para el Presidente la elección de noviembre en los Estados Unidos no será un simple cambio de guardia, ya que se supone que no será lo mismo el entendimiento con el progresismo casi populista de Hillary Clinton que con el conservadurismo extremo de Donald Trump y que habrá que ir pulsando de ahora en más la cosa a diario, tratando de conseguir lo más que se pueda en este tiempo que le queda a Obama, tal la tarea principal de Martín Lousteau en Washington.
Justamente, este tema de las caracterizaciones de los presidentes estadounidenses pasados y futuros ha estado sobre el tapete en los últimos días, habida cuenta que las diplomacias de ambos países tuvieron que consensuar en muy poco tiempo la fecha del viaje de Obama, que como se encimó con la conmemoración del 40° aniversario del golpe de 1976, desplegó de parte de algunas organizaciones de derechos humanos kirchneristas y de izquierda un concierto casi paranoico de dimes y diretes sobre la oportunidad y hasta sobre las eventuales ganas del Gobierno y del visitante de empañar los actos. Y en relación a éste, metiendo a todos los gobernantes del último medio siglo en la misma bolsa.
El director del diario Perfil, Jorge Fontevecchia, ha enmarcado la situación en términos estrictamente políticos: “Claramente no hay un solo Estados Unidos, monolítico, pero en la gran mayoría de los años más duros de la guerra sucia en Argentina, exceptuando 1976, el gobierno norteamericano fue contra la dictadura y no a favor”, escribió este fin de semana.
Pese a éste y a otros testimonios, entre la militancia prevaleció el relato más fácil de que no todos los gobiernos estadounidenses son “lo mismo”, cliché que el resentimiento, la ignorancia o el papel de mezclar las cosas para confundir los tantos y sacar tajada, marca registrada del kirchnerismo, pretendió imponer en estos días dedicados a la memoria, por encima de la evocación a las víctimas del terrorismo de Estado.
No fue el mismo temperamento el que expuso Cristina Fernández, quien bien podría haber destilado cierto veneno por la presencia de Obama, ya que no sólo hizo lo indecible cada vez que pudo para que viniera al país o por reunirse a solas con él, sino que hasta fuentes estadounidenses hicieron trascender una comunicación telefónica de casi media hora que tuvo hace tiempo con el jefe de la Casa Blanca en la que poco lo dejó decir.
Mucho más sobria que muchos de sus locuaces seguidores, casi como hizo su hijo Máximo hace unos días en la Cámara de Diputados, la ex presidenta mostró firmeza de conceptos y con poca estridencia publicó en su blog la carta abierta que el periodista Rodolfo Walsh le mandó a la Junta Militar a un año del golpe y que distribuyó a los medios y a los corresponsales extranjeros, mensaje que ella replicó a modo de homenaje en sus cuentas de Twitter y Facebook, junto a una foto de Néstor Kirchner.
Y eso que Cristina no le debe estar pasando nada bien en su retiro santacruceño, ya que el pago chico se le está derrumbando por el peso de las malas administraciones de su propio signo y tiene causas judiciales que la apuntan cada vez más cerca, tras los avances de la Justicia sobre dos de los protegidos de sus gobiernos, Lázaro Báez y Cristóbal López.
Más allá del dolor genuino, entre la militancia kirchnerista sobre todo existió demasiado aprovechamiento interesado por recordar aquellos denigrantes años, mostrándose muchos como si tuvieran un aura que los pusiera por encima de todos los demás argentinos, sobre todo con la aparición de dirigentes sospechados de estar buscando protección. Radicalizados al extremo, en algunos la sobreactuación sonó a grosería.
Según el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj el rechazo explícito hacia lo que pregona el actual gobierno en la materia tiene más que ver “con lo ideológico que con lo real” ya que, advirtió. “esos grupos necesitan un discurso agresivo para seguir cohesionados entre ellos”. Pero, más que agresividad, lo que se intenta imponer es un dogma y es tan así, que resulta casi imposible pensar siquiera con algún matiz de diferencia sin conseguir un epíteto que aluda a los “dos demonios” o a la pertenencia ideológica al “imperialismo” del Norte.
En este sentido, la llegada a la Argentina del presidente de los Estados Unidos les dio suficiente pasto al respecto, sobre todo porque Obama anunció que su país abrirá los archivos militares y de inteligencia de la época de la dictadura a pedido del actual gobierno argentino, aunque no se mostró demasiado enfático, más bien pareció sorprendido, a la hora de hacer una autocrítica consistente sobre aquella época.
De allí, la importancia de la diferenciación histórica que ha hecho Fontevecchia, víctima de aquellos oscuros años: “el ex presidente Jimmy Carter, que hoy tiene 91 años, merecería la Orden del Libertador San Martín y ser invitado de honor el próximo 24 de marzo”, puntualizó de modo más que contundente, tras mencionar que el propio Obama destacó la acción de aquel gobierno demócrata de fines de los ’70 en materia de derechos humanos.
“O era ahora o no se hacía”, dijeron a DyN en la Cancillería cuando se le preguntó a una fuente calificada si no sonaba provocativa la fecha de la visita, tal como dijeron aquellos que están encerrados en visiones conspirativas, bien adobadas por el relato de los últimos años, para devaluar la visita del estadounidense, presencia que, además, consiguió “de una” quien los desalojó del poder hace 100 días.
Desde lo folclórico no llamaron la atención ni la quema de banderas de las barras y las estrellas ni el recitado de los eslóganes “Patria sí, Colonia no” o “Liberación o Dependencia”, como si la globalidad ya no hubiera jubilado a esos refranes o como si en la docena de años que presumiblemente la Patria y la Liberación desplazaron a los términos vejatorios de la comparación, los argentinos hubiesen progresado de modo cierto, más allá de haber salido del infierno de 2001 o de haber aprovechado el consumismo inducido con fondos de todos.
A la inversa, desde la vereda más antikirchnerista, sobre todo a través de las redes sociales, se registraron manifestaciones de alineamiento explícito con Obama y con la línea que sugería Macri, algo que un periodista K calificó acertadamente por televisión como “chupamedismo”, quizás olvidando los vítores que solía recibir Cristina a diario solo para halagarla y los apoyos que recogía cuando prefería transar con Rusia y China, sin que nadie le cuestionase entonces si se trataba de Colonia o de Dependencia, ya que todo lo que se firmaba casi nunca se publicitaba.
En cuanto al saldo del viaje de Obama y más allá de las palmadas en la espalda y de las sonrisas, de la observación analítica surgen tres temas centrales. En primer lugar, que la cuestión de los derechos humanos fue algo de permanente presencia debido a la fecha local, con el cierre de las ofrendas florales depositadas en el Río de la Plata incluido, pero también por el reciente viaje de Obama a Cuba y por la acción terrorista de Bruselas.
Luego, está claro que durante la visita no hubo firma de paquete de convenios comerciales, tal como es de estilo, algo que el portavoz consultado en Relaciones Exteriores adjudicó a la “falta de tiempo”, aunque como hecho más que simbólico la nota que el gobierno de los Estados Unidos le hizo llegar a la Corte de Apelaciones de Nueva York, donde se presentó bajo la figura de “amicus curiae” de la Argentina a favor del fallo del juez Thomas Griesa que prevé el levantamiento de los embargos en caso de que el país pague a los acreedores antes del 14 de abril y levante las leyes que lo impide. Esta semana, el Senado cumplirá con esta segunda parte y ahora se supo que hay una audiencia fijada para el día 13, que podría entorpecer el desembolso, cosa que, por sorpresiva, se está tratando de negociar.
También se registró un tercer e importante elemento que bien podría considerarse una bajada de línea de Obama hacia lo que estima son “valores compartidos”, ya que es algo que impregna el espíritu estadounidense y que el presidente Macri destacó en el brindis final: “La Argentina, como los Estados Unidos, es un país de soñadores y emprendedores”.
En este sentido, si hubo una palabra que estuvo muy presente en las casi 48 horas en las que el presidente Obama estuvo en la Argentina fue “inspiración”. Si bien el término tiene una gran connotación religiosa, es también propia del modo en que se afirma el espíritu creativo de los líderes, estímulo que en los Estados Unidos sustenta la capacidad de abordar desafíos y la vigencia del “sueño americano”, basado en la libertad y en la igualdad de oportunidades sustentada en un régimen de división de poderes y de “justicia para todos”.
En ese sentido, lo que recogió el visitante del nuevo gobierno argentino fueron puras coincidencias, ya que el cambio que intenta Macri apunta en ese sentido. El concepto circuló mucho en los discursos formales de todos, pero también en las acciones y consejos motivacionales llenos de frescura que dejaron Obama y su esposa ante estudiantes, quienes a su vez los “inspiraron”, dijeron ellos mismos.
DyN.